sábado, 4 de febrero de 2012

Vacío.





El reloj de la plaza marcaba las 18.45. Era una tarde oscura y triste, la gente corría al cruzar las aceras, el viento hacía bailar sus cabellos y sus caras representaban sensaciones frías. Mientras esa gente andaba corriendo para llegar cuanto antes a su destino, Sara estaba sentada en su coche, mirando el teléfono. ¿Lo hago? ¿No lo hago? ¿Le llamo? ¿Y si no me contesta? 

No notaba el frío aunque estaba temblando. Se sentía sola, a pesar de estar rodeada de gente. Únicamente oía el silencio, sus pensamientos, las voces en su cabeza le pedían a gritos cosas que no llegaba a entender. Su corazón le decía que sí, y su cabeza se lo negaba. Entonces recordó una cosa que escuchó de un hombre muy sabio. "Haced caso a vuestro corazón, no a vuestra cabeza".

Sara era muy impulsiva, no solía pensar antes de hablar o de actuar, y eso siempre acarreaba consecuencias, unas veces buenas y otras malas. Esta vez, decidió ser valiente. Sabía lo que quería e iba a luchar por ello. Así que siguió las indicaciones de su corazón. 

Se montó en el coche, seguía temblando. Introdujo la llave y arrancó. No pensaba en nada, no sentía nada, tenía miedo y a la vez ganas de llegar, de verle. Quería decirle todo lo que sentía por él, todo lo que nunca le había dicho, quería que lo supiera, lo necesitaba. 

Miraba al frente pero en realidad no sabía por donde conducía. Stop, no paró. Siguió. Dos segundos más tarde, la sangre de su cabeza corría por su cara. Sangre fría y a la vez ardiendo. No sentía las piernas, ni los brazos, no oía nada, no veía. Sólo escuchaba su corazón, latiendo cada vez menos, pero fuerte. 

Poco a poco, se vaciaba por dentro. Ahí ya no habia marcha atrás. Fue lo único que se le pasó por la cabeza, todo tenía solución menos lo que le estaba pasando en ese momento. Su vida se esfumaba, pero esta vez de verdad. No sintió dolor. Sintió pena y pensó en su familia, en sus amigos y en él. Sus ojos se cerraron y se fue. 


Todo tiene solución, excepto la muerte. 

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