Al
principio me costaba pero acabé abriendo medio ojo para ver el mensaje que había
llegado a mi móvil alterando mis valiosas aunque no demasiadas horas de sueño. ¿Pero
qué malditas horas son para enviarme un puto whatsapp?
Al ingresar
en el hospital decidí borrarme todos los números. Los primeros días cuando no
sabían exactamente que era aquella cosa extraña que rondaba felizmente por mi
cuerpo, me sentía en un mundo totalmente surrealista. ¿Cómo me puede estar
pasando a mí? ¿Qué he hecho para merecerlo? Mira que hay personas en el mundo,
me tiene que tocar a mí, joder.
- Marta, lo sentimos pero tendrás que permanecer
unos días más en el hospital, hasta que nos manden los resultados del análisis.
Pero bueno, ¿recuerdas sobre lo que hablamos ayer?
- Si, quieres decir que…
- No lo sabemos seguro, tampoco quiero alarmarte.
- No me alarmas.
- Sí, hay un 70% de posibilidades de que esté en
lo cierto, anoche estuve investigando casos parecidos al tuyo.
- Bueno, no está nada mal, un 30% da para mucho. Muy
bien, me apetece jugar al parchís, voy a ello. Gracias por las noticias y por la
sinceridad de siempre. ¡Nos vemos Alfredo!
Algo
me decía que ese iba a ser mi nuevo hogar durante un tiempo, así que empecé a
invertir el tiempo en mí. Es importante intentar conocerse, tarea no fácil y
que muchos creen que tienen conseguida. Una vez conseguido, si de verdad sabes
cómo eres y cómo no eres, el segundo paso que tenía que cumplir era aceptarme y
el tercero aceptar a los demás.
Vino
a verme mucha gente, como si estuviera a punto de morirme, notaba en sus caras
tristeza, pena por mí. No obstante, yo ponía todo mi empeño o al menos les
intentaba transmitir que estaba bien, simplemente luchaba contra aquel “sinnombre”
de lo que estuviéramos hablando. Pero claro, tal y como les decía que estaba
bien, leía pensamientos reflejados en sus frentes “pobrecita, encima intenta
ser feliz y dice que no le pasa nada…” Entonces ya no sabía si seguir el papel
que se supone que debemos adoptar los enfermos de quejarnos, hacer cara de pena
y recibir adornadas palabras, o el que de verdad quería, afrontar mi experiencia
como algo pasajero y positivo, y sacar todo lo mejor que pudiera de ella.
Pasaron
dos meses y Alfredo me dijo que me quedaban tres meses, siempre me había gustado
el número tres, sabía que algún día formaría parte de mi vida en algo
importante, pero claro, pensaba que sería en número de hijos que tendría, me
apetecía tener tres. Es un número impar, tiene curvas, como yo las tenía, es
estiloso, ni el primero de la lista ni el último de la clase. Era el tres, el
número que siempre llevé calcado en la camiseta cuando jugaba y el número que
habían etiquetado a los meses de mi vida. Me quedé mirando los ojos de Alfredo,
estaba pálido pobre.
-¡Eh! ¡Alfredo! ¡Que parece que te vayas a morir
tú!
- Lo siento.
Intentaba dibujar una sonrisa en mi cara, no me gustaba verlo
tan triste. No temía a la muerte, de hecho le tenía respeto y curiosidad. Siempre
me dijeron que la mala hierba nunca muere, pero bueno, al menos me di cuenta de
que no era tan mala.
Enorme!
ResponderEliminarMuchas gracias!
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