Miradas que hablaban cuando sobraban las palabras. Noche sí, noche también. Sueños perfectos junto despertares amargos.
Un año sin verse. Nunca hubo una clara despedida. Ninguno supo qué decir ni qué hacer. Ella decidió independizarse y se mudó a aquella ciudad. Quería conocer nuevos mundos, explorar los rincones de las noches húmedas.
Una noche, con su perra Laika, al girar la esquina se quedó sin aliento, rígida. Lo reconoció por sus andares desgarbados, era él, pero no estaba solo. Se le comprimió el corazón. Entonces, haciendo fuerza contra ella misma, queriendo correr contra el viento, retrocedió sus pasos. Sentada en un portal con la mirada perdida y un vacío interior. Lágrimas negras recorrían su gélido rostro. Todo se volvió en su contra, únicamente escuchaba el silencio. Fue cuando, de repente alguien pasó por su lado y le echó una moneda sin mirarle a la cara. Era él.