jueves, 16 de abril de 2015

Opciones en la mesa

Si paso por un escaparate y me detengo a mirar, quiero vestirme como ese maniquí, llevar su sombrero, y ser lo último. 

Quiero esos vaqueros.

Pueden pasar dos cosas, que entre a probármelos o que siga caminando. Si sigo caminando, pueden pasar dos cosas, que me olvide del conjunto, o que de vez en cuando recuerde por qué no entré a probármelos. Total, sólo son unos pantalones. Podría tener un día de esos en los que necesitas refuerzos materiales.

Ahora escojo la primera opción. Entro a la tienda y me los pruebo. Pueden pasar varias cosas. Una, que mi talla se haya agotado. Dos, que se los esté probando una chica y convencida de que le quedan estupendamente, los compre. Tres, probármelos.
Si me los pruebo, pienso, ¿cuánto valen? ¿Me lo puedo permitir? ¿Los necesito?

Y de nuevo... pasan dos cosas. Si me los compro, tendré una prenda más en mi armario. Me harán feliz momentaneamente, alardearé con ellos por la calle durante un tiempo, y con los días, me acostumbraré. Dejarán de ser especiales, aquellos pantalones que puestos me hacían feliz frente al espejo, incluso olvidaré dónde los compré. O no.

En cambio, si no me los compro, pueden pasar dos cosas, podemos volver a la primera pregunta, cuando no sabía si entrar o seguir caminando; todo vuelve a sus inicios. Una: pensar y sentir que no los necesito, que son un capricho. Al fin y al cabo, tengo mucha ropa y siempre me pongo la misma; es que debo ahorrar, etc. 

Y olvidarme de ellos. 

Dos: recordar de vez en cuando, ¿por qué no me los compré? ¿Hubiese sido mas feliz? Total, sólo eran unos pantalones...




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