lunes, 4 de junio de 2012

Tres bonitos girasoles.





Al principio me costaba pero acabé abriendo medio ojo para ver el mensaje que había llegado a mi móvil alterando mis valiosas aunque no demasiadas horas de sueño. ¿Pero qué malditas horas son para enviarme un puto whatsapp?

Al ingresar en el hospital decidí borrarme todos los números. Los primeros días cuando no sabían exactamente que era aquella cosa extraña que rondaba felizmente por mi cuerpo, me sentía en un mundo totalmente surrealista. ¿Cómo me puede estar pasando a mí? ¿Qué he hecho para merecerlo? Mira que hay personas en el mundo, me tiene que tocar a mí, joder.

- Marta, lo sentimos pero tendrás que permanecer unos días más en el hospital, hasta que nos manden los resultados del análisis. Pero bueno, ¿recuerdas sobre lo que hablamos ayer?
- Si, quieres decir que…
- No lo sabemos seguro, tampoco quiero alarmarte.
 No me alarmas.
- Sí, hay un 70% de posibilidades de que esté en lo cierto, anoche estuve investigando casos parecidos al tuyo.
- Bueno, no está nada mal, un 30% da para mucho. Muy bien, me apetece jugar al parchís, voy a ello. Gracias por las noticias y por la sinceridad de siempre. ¡Nos vemos Alfredo!

Algo me decía que ese iba a ser mi nuevo hogar durante un tiempo, así que empecé a invertir el tiempo en mí. Es importante intentar conocerse, tarea no fácil y que muchos creen que tienen conseguida. Una vez conseguido, si de verdad sabes cómo eres y cómo no eres, el segundo paso que tenía que cumplir era aceptarme y el tercero aceptar a los demás.

Vino a verme mucha gente, como si estuviera a punto de morirme, notaba en sus caras tristeza, pena por mí. No obstante, yo ponía todo mi empeño o al menos les intentaba transmitir que estaba bien, simplemente luchaba contra aquel “sinnombre” de lo que estuviéramos hablando. Pero claro, tal y como les decía que estaba bien, leía pensamientos reflejados en sus frentes “pobrecita, encima intenta ser feliz y dice que no le pasa nada…” Entonces ya no sabía si seguir el papel que se supone que debemos adoptar los enfermos de quejarnos, hacer cara de pena y recibir adornadas palabras, o el que de verdad quería, afrontar mi experiencia como algo pasajero y positivo, y sacar todo lo mejor que pudiera de ella.

Pasaron dos meses y Alfredo me dijo que me quedaban tres meses, siempre me había gustado el número tres, sabía que algún día formaría parte de mi vida en algo importante, pero claro, pensaba que sería en número de hijos que tendría, me apetecía tener tres. Es un número impar, tiene curvas, como yo las tenía, es estiloso, ni el primero de la lista ni el último de la clase. Era el tres, el número que siempre llevé calcado en la camiseta cuando jugaba y el número que habían etiquetado a los meses de mi vida. Me quedé mirando los ojos de Alfredo, estaba pálido pobre.

-¡Eh! ¡Alfredo! ¡Que parece que te vayas a morir tú!
 Lo siento.

Intentaba dibujar una sonrisa en mi cara, no me gustaba verlo tan triste. No temía a la muerte, de hecho le tenía respeto y curiosidad. Siempre me dijeron que la mala hierba nunca muere, pero bueno, al menos me di cuenta de que no era tan mala.